jueves, 17 de agosto de 2023

El Barolo, esa joya porteña

 Con el propósito de que sirviese como edificio de oficinas, Luis Barolo consideraba que trabajar no tenía que estar reñido con la cultura, la belleza, lo agradable. Siendo un progresista y poderoso productor agropecuario italiano, se radicó en Argentina en 1890. Fue el primero que trajo máquinas para hilar el algodón y se dedicó a la importación de tejidos.

En 1810 conoció al arquitecto Mario Palanti y lo contrató para realizar el proyecto que tenía en mente. De estilo europeo, se levantó un palacio a un par de cuadras del Cabildo de Buenos Aires, sobre la Avenida de Mayo.

El edificio, inaugurado en 1923, consta de 24 plantas, con 22 pisos y 2 subsuelos, midiendo 90 metros de altura hasta la cúpula y llegando a los cien metros gracias a un gran faro giratorio de 300.000 bujías que lo hacia visible desde Uruguay. Una usina propia lo autoabastecía en energía. Allá por 1920, esto lo convertiría en lo que hoy denominaríamos “edificio inteligente”.

Tanto Barolo como Palanti admiraban profundamente la obra de Dante Alighieri, y decidieron darle al Palacio todos los simbolismos que recordaran a La Divina Comedia.

Ya en la planta baja nos reciben en latín: "Ningún juez más justo que el autor de la obra".

Los ascensores son arte e historia, están perfectos.

Detalles del interior de uno de los ascensores.

Otro ascensor, me fascinaron. A medida que se van ascendiendo pisos, los ascensores son cada vez más chicos, debido a la forma del edificio, que se angosta hacia arriba.

Arquitectura imponente. Lo que se ve ahí es la planta baja, es el comienzo del Purgatorio de Dante, y esas rosetas de vidrio en el piso, son varias, cuando de noche se encienden las luces rojas del sótano, se muestran como señales del Infierno que está debajo. Alucinante.

La plasticidad de la cúpula.

Balcones circulares en el centro interior del edificio.

Desde el piso 22, no nos perdimos la Gran Luna.

Hermosos jóvenes, trasladados en el tiempo.

En recuerdo de Dante.

Existen oficinas que quedaron en el tiempo, con elementos para sacarnos una foto.

El broche de oro de la noche: ver encender el faro. El final no se cuenta, es sorpresa. Una visita obligada, la del Barolo, que es un crimen perderse.



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