lunes, 26 de septiembre de 2022

Don Segundo Sombra

 Existieron muchos escritores de extraordinaria calidad en literatura lírica tradicional, popular, de mi país, Argentina, laureados y convertidos en clásicos inmortales, ya que todas las generaciones van conociendo sus obras y nunca pierden vigencia. Entre ellas, "Martín Fierro", de José Hernández, como obras de Esteban Echeverría, Domingo F. Sarmiento, Roberto Arlt, Adolfo Bioy Casares, Ezequiel Martínez Estrada, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Julio Cortázar, Ricardo Güiraldes, entre otros.

Lo que más me ha llegado al corazón, leído cuando era niña y vuelta a leer de adulta, fue la obra de Ricardo Güiraldes, el libro "Don Segundo Sombra", que es uno de los más emblemáticos libros de la lírica tradicional argentina. Una historia narrada de una manera muy poética, pese al lenguaje del paisano común del campo, plagada de conceptos sobre el valor, el honor, la lealtad, el respeto al prójimo.

Su autor, viviendo en la tradicional San Antonio de Areco, tenía estrecha relación con la paisanada, y fue allí donde conoció a Segundo Ramírez, un gaucho de raza, en el que se inspiró para dar forma al personaje de "Don Segundo Sombra". Güiraldes reivindica socialmente al gaucho y lo muestra como lo que mayormente fue, un personaje elegíaco, merecidamente legendario.

La historia, publicada en 1926 y narrada en primera persona, transcurre en un cuadro de costumbres fiel, con un estilo muy particular, que llevó al escritor a relacionarse con los más encumbrados escritores internacionales de la época.

He aquí un pequeño fragmento de esta joya literaria.

La indiferencia de mis tías se topaba en mi sentir con una indiferencia mayor, y la audacia que había desarrollado en mi vida de vagabundo, sirviome para mejor aguantar sus reprensiones.

Hasta llegué a escaparme de noche e ir un Domingo a las carreras, donde hubo barullo y sonaron algunos tiros sin mayor consecuencia.

Con todo esto parecíame haber tomado rango de hombre maduro y a los de mi edad llegué a tratarlos, de buena fe, como a chiquilines desabridos.

Visto que me daban fama de vivaracho, hice oficio de ello satisfaciendo con cruel inconsciencia de chico, la maldad de los fuertes contra los débiles.

-Andá decile algo a Juan Sosa -proponíame alguno- que está mamao, allí, en el boliche.

Cuatro o cinco curiosos que sabían la broma, se acercaban a la puerta o se sentaban en las mesas cercanas para oír.

Con la audacia que me daba el amor propio, acercábame a Sosa y dábale la mano:

-¿Cómo te va Juan?

-.................

-'ta que tranca tenés, si ya no sabés quién soy. El borracho me miraba como a través de un siglo. Reconocíame perfectamente, pero callaba maliciando una broma.

Hinchando la voz y el cuerpo como un escuerzo, poníamele bien cerca, diciéndole:

-No ves que soy Filumena tu mujer y que si seguís chupando, esta noche, cuantito dentrés a casa bien mamao, te vi'a zampar de culo en el bañadero e los patos pa que se te pase el pedo.

Juan Sosa levantaba la mano para pegarme un bife, pero sacando coraje en las risas que oía detrás mío no me movía un ápice, diciendo por lo contrario en son de amenaza:

-No amagués Juan... no vaya a ser que se te escape la mano y rompás algún vaso. Mirá que al comisario no le gustan los envinaos y te va a hacer calentar el lomo como la vez pasada. ¿Se te ha enturbiao la memoria?

El pobre Sosa miraba al dueño del hotel, que a su vez dirigía sus ojos maliciosos hacia los que me habían mandado.

Juan le rogaba:

-Digalé pues que se vaya, patrón, a este mocoso pesao. Es capaz de hacerme perder la pacencia.

El patrón fingía enojo, apostrofándome con voz fuerte:

-A ver si te mandás mudar muchacho y dejás tranquilos a los mayores.

Afuera reclamaba yo de quien me había mandado:

-Aura dame un peso.

-¿Un peso? Te ha pasao la tranca Juan Sosa.

-No... formal, alcánzame un peso que vi'hacer una prueba.

Sonriendo mi hombre accedía esperando una nueva payasada y a la verdad que no era mala, porque entonces tomaba yo un tono protector, diciendo a dos o tres:

-Dentremos muchachos a tomar cerveza. Yo pago.

Y sentado en el hotel de los copetudos me daba el lujo de pedir por mi propia cuenta la botella en cuestión, para convidar, mientras contaba algo recientemente aprendido sobre el alazán de Melo, la pelea del tape Burgos con Sinforiano Herrera, o la desvergüenza del gringo Culasso que había vendido por veinte pesos su hija de doce años al viejo Salomovich, dueño del prostíbulo.

"El borracho me miraba como a través de un siglo." Precioso, ¡qué imagen!

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